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sexta-feira, 6 de maio de 2011

Encíclica de São Pio X sobre a perseguição da Igreja em Portugal

Español
IAMDUDUM IN LUSITANIA

Carta Encíclica de San Pío X

Sobre la persecución de la Iglesia en Portugal

Del 24 de mayo de 1911


Venerables hermanos: Salud y bendición apostólica

1. Graves persecuciones a la Iglesia en Portugal. 
Bien conocido tenéis todos, Venerables Hermanos, según creemos, con cuan increíble velocidad se ha caminado desde hace algún tiempo en Portugal para oprimir a la Iglesia con toda clase de atroces atropellos, Porque ¿quién ignora que desde que el régimen de gobierno se cambió en república se comenzó al punto y sin interrupción a decretar cosas que respiran un implacable odio a la Religión Católica? Vimos ser violentamente disueltas las comunidades de religiosos, y de éstos grandísima parte dura e inhumanamente ser lanzados fuera de la  frontera de Portugal. Vimos, por el pertinaz empeño de secularizar las costumbres civiles y borrar de la vida pública todo rastro de religión, ser borrados del número de las fiestas los días festivos de la Iglesia; arrancado del juramento su natural carácter religioso; establecida, sin pérdida de tiempo, la ley del divorcio; excluida de las escuelas públicas la enseñanza de la Doctrina cristiana. Por último, omitiendo otras cosas que fuera largo enumerar, vimos ser perseguidos con gran furor los Obispos, y arrojados de la sede de su dignidad dos dignísimos Obispos, el de Oporto y el de Beja, varones insignes, tanto por su integridad de vida cuanto por sus méritos en bien de la patria y de la Iglesia. Dando los nuevos jefes de la nación portuguesa tales y tantas muestras de su tiránico capricho, bien sabéis cuan paciente y moderada se ha portado con ellos esta Sede Apostólica. Pues con suma diligencia juzgamos oportuno evitar todo cuanto pudiera parecer hecho con ánimo hostil en contra de la república. Abrigábamos en efecto alguna esperanza que ellos por fin habían de adoptar resoluciones más sensatas y de algún modo dar satisfacción a la Iglesia por las injurias inferidas.

2. Propósito de separar la Iglesia y el Estado. 
Pero ha salido del todo fallida Nuestra esperanza; y he ahí que ponen por remate de su inicua labor la promulgación de la pésima y perniciosísima ley de la separación del Estado y la Iglesia. Ahora bien, tolerar con paciencia y pesar en silencio tan grave ultraje inferido a los derechos y dignidad de la Religión Católica, de ningún modo Nos lo permite la obligación de Nuestro Apostólico ministerio. Por lo tanto, con esta carta os ponemos por testigos a vosotros, Venerables Hermanos, y denunciamos toda la indignidad de este hecho a todos los cristianos.

3. Iniquidad de la ley proyectada.
Primeramente, ser la mencionada ley cosa absurda y monstruosa se patentiza considerando que establece que la vida pública ha de carecer de todo culto divino, como si los hombres, tanto individualmente, cuanto las reuniones y sociedades de hombres, no dependieran de Aquel que es creador y conservador de todas las cosas; además, porque esa ley exime a Portugal de la obligación de profesar la Religión Católica, de la Religión Católica, que fue el mejor baluarte y ornato de esta nación, y que profesa casi la totalidad de sus ciudadanos. Pero sea en buena hora; han tenido a bien romper el lazo que tan estrechamente tenía unidos el Estado y la Iglesia, reforzado por la solemne fidelidad debida a los pactos convenidos. Hecha esta separación, lógico, sin duda, era prescindir de la Iglesia y dejar gozar a ésta de la común libertad y derechos de que goza todo ciudadano y toda honesta reunión de ciudadanos. Todo lo contrario ha sucedido. Porque esta ley nombre tiene de separación, pero en realidad tiene la eficacia de reducir a la Iglesia a la última miseria en los bienes temporales por el despojo, y en lo que pertenece a su sagrada potestad, hacerla esclava de la república por la opresión.

4. En cuanto a los bienes externos.
Y lo primero, en lo que toca a los bienes externos, de tal modo se aparta de la Iglesia la república portuguesa, que no le deja absolutamente nada con que pueda atender al decoro de la Casa de Dios, sostener a los miembros del clero y ejercitar los múltiples oficios de caridad y piedad. Pues por lo mandado en esta ley, no sólo es despojada la Iglesia de la posesión de todos los bienes muebles e inmuebles, aunque adquirida con perfectísimo derecho, sino que se le quita del todo el poder de adquirir en adelante cosa alguna. Se establece, es verdad, que ciertas juntas de ciudadanos presidan el ejercicio del culto divino, pero se coarta en términos increíbles la facultad que a las tales se les concede para recibir lo que por ese motivo les fuere ofrecido.
Además, la ley extingue y anula las obligaciones en virtud de las cuales los ciudadanos católicos solían dar algún subsidio o estipendio a sus propios curas, prohibiendo se exija ya nada por ese título. Ciertamente permite que los católicos contribuyan a los gastos necesarios para el culto con alguna voluntaria suscripción, pero manda que de la suma reunida se tome la tercera parte para invertirla en la beneficencia civil. A todo esto pone el colmo el que por ley los edificios que se apliquen o construyan para uso sagrado, transcurrido cierto número de años, dejados a un lado sus legítimos dueños y sin que nada se les indemnice, pasan al dominio público.

5. En cuanto a la jerarquía de la Iglesia. 
Mas en lo que toca a la potestad sagrada de la Iglesia, mucho mayor y más pernicioso es el escarnio de esta Separación, que, como hemos dicho reduce a una servidumbre indigna a la misma Iglesia. Ante todo, no se hace caso de la Jerarquía, como si se ignorase su existencia. Si alguna mención se hace de los clérigos, es para prohibirles en absoluto mezclarse en la dirección del culto religioso. Todo el cuidado de éste queda en manos de juntas de legos ya formadas, o que en adelante se formarán, con fines benéficos y precisamente instituidas, según las normas de la ley civil, por autoridad de la república, para que de ningún modo dependan de la jurisdicción de la Iglesia.
Y si sobre la junta, a que debe pertenecer este cuidado, hubiere alguna discrepancia entre los clérigos y legos o entre los mismos legos, el asunto ha de ser decidido, no por la Iglesia sino por sentencia de la República pues sólo ella tiene autoridad sobre tales instituciones. Y hasta tal punto los que están al frente del Estado en Portugal no permiten la participación del clero en la dirección del culto divino, que claramente está mandado y  establecido no poder los dedicados al ministerio de la religión ser elegidos para las rectorías de las parroquias ni parte en la administración o régimen de las sobredichas juntas, prescripción la más injusta e intolerable que se puede imaginar, pues pone a los clérigos, en aquello mismo en que son superiores, en condición inferior a los demás ciudadanos.

6. En cuanto a la libertad de la Iglesia.
Parece increíble parece con qué lazos la ley portuguesa coarta y traba la libertad de la Iglesia; tan contrario es ese proceder a las costumbres de estos tiempos y a los públicos alardes de toda clase de libertades, tan indigno de toda acción humana y civil. Porque prohibido queda, bajo graves penas, imprimir cualquier acto de los Obispos y proponerlo al pueblo de cualquier modo aun dentro del recinto de los templos, sin anuencia de la república.
Además, vedado está fuera de los templos celebrar ceremonia alguna, sin consultar a la república, tener una procesión, llevar algún ornamento sagrado y aun el mismo traje talar. Está también prohibido poner, no sólo en los monumentos públicos, sino en las casas particulares señal alguna de Religión Católica; pero no se prohíbe lo que ofende a los católicos. Tampoco es lícito congregarse para practicar la religión y la piedad; a las tales sociedades se las tiene exactamente en el mismo concepto que a las perversas, formadas con criminales intentos. Aun más; estando permitido a todos los ciudadanos poder disponer de sus cosas a su arbitrio, contra todo derecho y justicia inoportunamente se cohíbe a los católicos esa libertad, si algo de lo suyo quieren aplicar en auxilio de los difuntos o para ayuda de los gastos del culto divino; y cuanto sobre esto está ya piadosamente establecido, con impía violentamente se aplica a otros fines, contrariando así al testamento y voluntad de sus dueños. Por último, lo que es más duro y grave, se atreve la república a invadir el reino de la autoridad eclesiástica y disponer sobre una cosa que, por pertenecer a la constitución misma de la sagrada Jerarquía, exige la mayor vigilancia de parte de la Iglesia, a saber: sobre la enseñanza y formación de la juventud destinada al sacerdocio. Ya que no sólo obliga a los clérigos seminaristas a dedicarse a los estudios de letras y ciencias, que preceden a la Teología, en los liceos públicos, donde integridad en la fe se vea expuesta a gravísimos peligros por razón de una enseñanza ajena de Dios y de la Iglesia, sino que en el régimen y vida doméstica de los seminarios se ingiere la república hasta el punto de atribuirse el derecho de designar a los maestros, aprobar los libros y dirigir los estudios sagrados de los clérigos. De este modo pone de nuevo en uso las anticuadas opiniones de los Regalistas, que eran gravosísima pretensión cuando estaba en vigor la concordia entre la Iglesia y el Estado; pero ahora que el Estado nada quiere con la Iglesia, ¿no es acaso pretensión contradictoria y loca? Pero, ¿qué decir cuando la ley parece hecha a propósito para corromper las costumbres del clero y provocar la rebeldía a sus superiores? Porque asigna determinadas pensiones del erario público a los que por mandato de sus Prelados tienen que abstenerse de celebrar, y premia con singulares gracias a los sacerdotes que, miserablemente olvidados de su obligación, atentaren contraer matrimonio, y lo que causa vergüenza referir, llega a extender las mismas gracias a la cómplice y frutos de la sacrílega unión si sobrevinieren.
Por último, poco sería que la república casi esclavizase a la Iglesia lusitana despojándola de sus bienes, si no pretendiera también, en cuanto está a su alcance, apartarle, por una parte, a ella del gremio de la unidad católica y de los brazos de la Iglesia Romana, y por otra, impedir que la Sede Apostólica con su autoridad y providencia mire por los asuntos de la religión en Portugal.
Pues por esta ley no es lícito promulgar los preceptos mismos del Romano Pontífice, si no lo permite la autoridad pública. Del mismo modo, no puede ejercer el ministerio sagrado el sacerdote que, en algún colegio constituido por autoridad Pontificia, ha conseguido los grados académicos en las ciencias sagradas, aunque haya estudiado privadamente el curso de Teología. En lo cual es manifiesto lo que pretende la república, esto es: hacer que los jóvenes clérigos que desean perfeccionarse e ilustrarse en esas sublimes ciencias no puedan acudir, ni aun con ese motivo, a esta ciudad de Roma, cabeza del pueblo católico, donde más fácilmente que en ninguna otra parte suele suceder que los entendimientos se amoldan a la pura verdad de la doctrina cristiana y los corazones a los sentimientos de fidelidad y sincera piedad para con esta Sede Apostólica. Estos, pues, dejadas otras cosas de no menor iniquidad, éstos son los principales capítulos de esta perversa ley.

7. Reprobación de la ley de separación. 
Por lo tanto, amonestándonos la conciencia de Nuestro deber Apostólico a mirar con toda vigilancia por la dignidad y lustre de la religión y a conservar intactos los sagrados derechos de la Iglesia Católica en medio de tamaño furor y audacia de los enemigos de Dios, Nos por Nuestra Apostólica autoridad reprobamos, condenamos y rechazamos la ley de separación de la república lusitana y de la Iglesia, ley que desprecia a Dios, desecha la profesión católica, rompe, violando el derecho natural y de gentes, los pactos solemnemente firmados entre Portugal y la Sede Apostólica, despoja a la Iglesia de la posesión de las cosas que justísimamente le pertenecían, destruye la libertad misma de la Iglesia, pervierte su divina constitución y, por último, injuria y ultraja la majestad del Romano Pontificado, el orden de los Obispos, el clero y pueblo de Portugal y aún a todos los católicos del mundo.
Y como vehementemente Nos lamentamos que tal ley haya sido dada, decretada y promulgada, y como presentamos solemne reclamación ante aquellos que la han formado o intervenido en eso, así decretamos y declaramos ser nulo e írrito y que por tal ha de ser tenido cuanto en esa ley se establece en contra de los derechos inviolables de la Iglesia.

8. Alabanza y exhortación a los Prelados y Clero. 
Sin duda las presentes dificultosísimas circunstancias por que atraviesa Portugal, después de haberse declarado allí públicamente la guerra contra la religión, Nos causan gran congoja y tristeza. Nos lamentamos ante el espectáculo de tantos males como afligen a una nación que amamos de lo íntimo del corazón; Nos angustiamos por el temor de los mayores males que seguramente la amenazan si los que gobiernan no tornan a lo que deben. Pero vuestro denodado valor, Venerables Hermanos que regís la Iglesia de Portugal, y el ardor de ese clero, que corresponde admirablemente a vuestro valor, Nos llenan de consuelo y dan esperanza que han de lucir Dios mediante, días mejores. Todos vosotros no atendíais, ciertamente, a vuestra seguridad y provecho, sino a vuestra obligación y dignidad, cuando indignados pública y libremente rechazasteis la inicua ley de Separación; cuando a una declarasteis que preferíais redimir la libertad de vuestro ministerio sagrado con la pérdida de vuestros bienes, a vender vuestra esclavitud por vil precio y por fin, cuando asegurasteis que ninguna  astucia o acometimiento de los enemigos podría jamás romper el vinculo que os une con el Romano Pontífice. En tended, pues, que estos vuestros ejemplos, dados en presencia de toda la Iglesia, de fidelidad, constancia y fortaleza han sido de gran gozo a todos buenos, de grande honor para vosotros y de no pequeño provecho en sus calamidades para Portugal. Seguid, por lo tanto, como habéis comenzado, defendiendo valerosamente la causa de la religión, con la cual va unida la salud común de la patria, pero atended sobre todo, a que entre vosotros, el pueblo cristiano y vosotros, y entre todos y esta Cátedra de San Pedro conservéis y afiancéis diligentemente gran unanimidad y concordia. Ya que el propósito, como dejamos dicho, de los autores de esta perversa ley no fue separar la Iglesia lusitana, que despojan y persiguen, de la república (como quieren aparentar), sino del Vicario de Jesucristo. Por eso, si con todo empeño procuráis vosotros oponeros y resistir al intento y maldad de esos hombres habréis mirado, como conviene, por el interés de los católicos en Portugal. Nos, en tanto, según exige el singular amor con que os amamos, suplicamos al Dios omnipotente proteja benigno vuestro celo y diligencia. Y a vosotros todos, Prelados del orbe católico restante, rogamos queráis cumplir en unos tiempos tan angustiosos el mismo deber con vuestros solícitos Hermanos de Portugal.

9. Bendición final.
En prenda de los divinos dones y en testimonio de Nuestra benevolencia, os damos de todo corazón a vosotros todos, Venerables Hermanos, y a vuestro clero y pueblo la Bendición Apostólica.
Dado en Roma junto a San Pedro, el día 24 de mayo, fiesta de Nuestra Señora Auxiliadora de los Cristianos, el año 1911, octavo de Nuestro Pontificado. PÍO X 

Italiano
Iamdudum in Lusitania
Lettera Enciclica di San Pio X

La chiesa cattolica in Portogallo
Noi riteniamo che a voi tutti sia ben noto, venerabili fratelli, come già da tempo sia in atto in Portogallo un indicibile susseguirsi di eventi volto ad opprimere la chiesa con misfatti di ogni genere. Chi ignora infatti che da quando ha assunto la forma di repubblica il governo di quella nazione ha immediatamente intrapreso, in un modo o in un altro, a decretare cose tali che manifestano un odio implacabile verso la religione cattolica? Abbiamo visto che sono state tolte di mezzo con la forza le famiglie dei religiosi, e questi, in massima parte, sono stati espulsi in modo rozzo e disumano dai confini del Portogallo. Abbiamo visto che, con la pervicace intenzione di profanare ogni civile disciplina e di non lasciare nessuna vestigia di realtà religiosa nei comportamenti della vita sociale, sono stati eliminati dal numero delle festività i giorni festivi della chiesa; il giuramento è stato privato dell'intrinseca caratteristica religiosa; è stata promulgata in gran fretta la legge relativa al divorzio; è stato eliminato l'insegnamento della dottrina cristiana dalle scuole pubbliche. Infine, lasciando da parte altre cose che sarebbe lungo elencare, in modo ancor più violento da costoro sono stati attaccati i sacri presuli, e due fra i più ragguardevoli vescovi, quello di Porto e quello di Beja, uomini illustri sia per integrità di vita che per grandi benemerenze verso la patria e la chiesa, sono stati cacciati dalle sedi della loro onorabile funzione. - Avendo poi i nuovi governanti del Portogallo prodotto tanti e tali esempi di imperioso arbitrio, voi sapete con quanta pazienza e moderazione si è comportata questa Santa Sede nei loro confronti. Con estrema attenzione infatti abbiamo ritenuto che si dovesse evitare di compiere qualsiasi cosa che potesse ritenersi compiuta in modo ostile verso la repubblica. Conservavamo infatti qualche speranza che costoro manifestassero infine progetti più ragionevoli, e finalmente, con un qualche accordo, dessero soddisfazione alla chiesa riguardo alle offese perpetrate. In verità ci siamo del tutto sbagliati: ecco che all'infame comportamento impongono quasi un compimento con la promulgazione di una pessima e dannosissima legge relativa alla separazione degli affari dello stato e della chiesa. A questo punto la coscienza dell'ufficio apostolico non Ci permette più in alcun modo di sopportare con rassegnazione e di lasciar correre nel silenzio una ferita così grave inferta al diritto e alla dignità della religione cattolica. Quindi, con questa lettera, facciamo appello a voi, venerabili fratelli, e denunciamo alla cristianità universale l'indegnità di questo fatto.
Prima di tutto, che la legge di cui parliamo sia qualcosa di assurdo e di mostruoso appare dal fatto che essa stabilisce che lo stato sia esente dal culto divino, come se non dipendessero da Colui che è il creatore e il conservatore di tutte le cose sia i singoli cittadini sia qualsiasi associazione di uomini e comunità: e così dispensa il Portogallo dall'osservanza della religione cattolica, di quella religione cioè che a questa gente fu sempre di presidio e ornamento e che la quasi totalità dei cittadini professa. Tuttavia ammettiamo: si è voluto rompere l'unione tra lo stato e la chiesa, unione che era stata stabilita con patti solenni. Posta questa separazione sarebbe stato senza dubbio coerente lasciar da parte la chiesa, e permettere che essa facesse uso della libertà e del diritto comuni, di cui fanno uso qualsiasi cittadino e qualsiasi onesta società di cittadini. Siamo invece di fronte al contrario. Questa legge infatti prende nome dalla separazione, ma da questo stesso fatto prende la forza di ridurre la chiesa in estrema povertà, spogliandola dei beni esterni, e di trascinarla con l'oppressione nell'asservimento allo stato, in quelle cose che spettano alla potestà sacra e allo spirito.
In primo luogo, per quanto riguarda le cose esterne, la Repubblica Portoghese si separa dalla chiesa in modo da non lasciarle assolutamente nulla per poter conservare il decoro della casa di Dio, nutrire i sacerdoti, adempiere i molteplici servizi della carità e della pietà. In realtà, con la prescrizione di questa legge, non solo la chiesa è privata del possesso di tutte le cose immobili e mobili che possiede, anche se queste sono state acquisite in modo giuridicamente valido; ma le è anche sottratto qualsiasi potere di acquisire qualcosa in futuro. Si dispone infine che determinate corporazioni di cittadini presiedano all'esercizio del culto divino; tuttavia la facoltà che è loro concessa di ricevere ciò che viene offerto per questo scopo, è singolarmente circoscritta in angusti confini. Inoltre la legge ha estinto e soppresso le obbligazioni con le quali i cittadini cattolici erano soliti offrire un qualche stipendio o sussidio al proprio parroco, proibendo che venga preteso qualcosa sul loro fondamento. Permette comunque che gli stessi cattolici provvedano con una volontaria raccolta di denaro alle spese da sostenersi per il culto divino; prescrive tuttavia che dalla somma conferita per questo scopo venga detratta la terza parte e questa venga utilizzata per le necessità della beneficenza civile. E a tutte queste cose, quasi a coronamento, si aggiunge con questa legge che gli edifici che in seguito dovesse succedere di comprare o costruire per gli usi sacri, questi, dopo che sia trascorso un determinato numero di anni, rimossi i legittimi possessori, e per senza alcuna indennità, vengano trasferiti allo stato.
Riguardo poi alle cose nelle quali la sacra potestà della chiesa si esercita in modo proprio, è molto più grave e molto più dannoso l'oltraggio di questa Separazione, che, come si è detto, diventa una indegna servitù della stessa chiesa. Prima di tutto, proprio la gerarchia, del tutto ignorata, non viene presa in considerazione. Se si fa una qualche menzione degli uomini dell'ordine sacro, questo avviene per proibire loro di occuparsi in un qualsiasi modo dell'ordinamento religioso del culto. Tutta questa cura è demandata ad associazioni di laici che siano già costituite, o che lo debbano essere in futuro, a scopo di beneficenza, e per di più istituite e a norma del diritto civile, per autorità dello stato repubblicano, senza che dipendano per alcun motivo dall'autorità della chiesa. Al punto che se, riguardo all'associazione cui questo dev'essere conferito d'ufficio, ci fosse dissenso fra chierici e laici, o non ci fosse accordo fra gli stessi laici, la cosa non viene affidata per una decisione alla chiesa, ma al giudizio dello stato. Anche nella disposizione del culto divino coloro che sono al governo in Portogallo non permettono che ci sia spazio per il clero, come è apertamente prescritto e stabilito; non possono, coloro che sono addetti ai ministeri religiosi, essere nominati nel collegio decanale delle parrocchie o essere fatti partecipi dell'amministrazione o del governo delle associazioni di cui abbiamo parlato: di questa disposizione non si può pensare nulla di più iniquo e intollerabile, dal momento che rende l'ordine dei chierici proprio in quella cosa nella quale è superiore, in una condizione inferiore a quella degli altri cittadini.
E quasi impossibile credere quali siano i vincoli con i quali la legge portoghese costringe e imprigiona la libertà della chiesa; quanto contraddica le istituzioni della nostra epoca ed anche le pubbliche proclamazioni di tutte le libertà; quanto sia indegna per qualsiasi essere umano e popolo civile. È anche proibito, con gravi pene, dare alle stampe qualsiasi atto dei vescovi, e per nessun motivo, neppure dentro le mura delle chiese, è lecito esporli al popolo, se non con l'autorizzazione dello stato. È inoltre proibito, fuori dei luoghi sacri, celebrare qualsiasi cerimonia senza l'autorizzazione del governo repubblicano, compiere una qualsiasi processione, portare ornamenti sacri e neppure la stessa veste talare. È parimenti vietato, non solo negli edifici pubblici, ma anche nelle case private, esporre qualcosa che sappia di religione cattolica; mentre non è affatto vietato ciò che offende i cattolici. Ancora, non è lecito costituire associazioni che abbiano lo scopo di praticare la religione o la pietà: le società di questo genere sono considerate alla stessa stregua di quelle infami che vengono costituite a scopo delittuoso. E per di più, mentre a tutti i cittadini è concesso di poter fare uso a proprio arbitrio delle proprie cose, ai cattolici invece, contro il giusto e il lecito, è fortemente ristretta una simile potestà, nel caso in cui vogliano che qualcosa del loro sia conferito a conforto delle opere delle persone pie o a sostegno delle spese per il culto divino: e le cose di questo genere che sono già state piamente stabilite, empiamente stravolte, vengono trasferite ad altro uso, violando i testamenti e le volontà di coloro che li hanno fatti. Infine lo stato - cosa questa amara e grave al massimo grado - non esita ad entrare nel dominio specifico dell'autorità della chiesa, e a prescrivere molte cose in quell'ambito che, riferendosi all'ordinamento stesso dell'ordine sacro, pretende per sé le migliori attenzioni della chiesa: parliamo della educazione e della formazione della gioventù consacrata. Non solo infatti costringe gli alunni del clero, per gli studi delle scienze e delle lettere che precedono la teologia, a frequentare i pubblici licei, dove l'integrità della loro fede, per il tipo di istruzione estraneo a Dio e alla chiesa, è sicuramente esposto a pericoli del tutto evidenti; ma il governo repubblicano si introduce anche nella vita e nella organizzazione interna dei seminari, e si arroga il diritto di designare i professori, di approvare i libri, di programmare gli studi sacri dei chierici. Sono rimessi così in vigore i vecchi decreti dei Regalisti; questi poi, dal momento che erano già colmi di pesantissima arroganza, mentre c'era ancora concordia fra lo stato e la chiesa, ora che lo stato vuole non avere nulla in comune con la chiesa, non sembreranno forse contraddittori e pieni di stoltezza? - Cosa si deve dire dato che questa legge innanzi tutto è stata fatta anche per corrompere i costumi del clero e per provocarne la defezione dai loro propositi? Assegna anche infatti una certa pensione a carico dell'erario a coloro che, per l'autorità dei vescovi, abbiano ricevuto l'ordine di astenersi dai sacramenti, e ricolma di straordinari benefici i sacerdoti che, miserevolmente dimentichi delle loro funzioni, abbiano avuto l’ardire di sposarsi, e, cosa disdicevole a riferirsi, estende gli stessi benefici alla compagna e alla prole della sacrilega relazione qualora sopravvivano.
Infine, lo stato non si accontenta di imporre alla chiesa del Portogallo, spogliata dei propri beni, un giogo quasi servile, ma ancora cerca, per quanto le è possibile, sia di farla uscire dal grembo della cattolica unità e dalla comunione della chiesa romana, sia di impedire che la sede apostolica estenda la sua autorità e provvidenza ai religiosi del Portogallo. Quindi, in base a questa legge, non è permesso divulgare le prescrizioni del romano pontefice, se non quando ufficialmente concesso. Ugualmente al sacerdote che, presso un qualche ateneo istituito dall’autorità pontificia, abbia conseguito i gradi accademici nelle discipline sacre, anche se abbia poi terminato il tempo della teologia in patria, non è concesso di esercitare le funzioni sacre. In questo appare chiaro che cosa voglia lo stato: fare in modo che i chierici adolescenti che desiderano perfezionarsi e conseguire una più raffinata cultura, non vengano, per tale motivo, in questa città, la capitale del cattolicesimo: dove, certamente in modo molto più agevole che in nessun luogo altrove, avviene che le menti si conformino all'incorruttibile verità della dottrina cristiana e gli animi alla sincera pietà e fiducia nella sede apostolica. Questi, tralasciandone altri, che tuttavia non sono di minore iniquità, sono dunque i principali capitoli di questa malvagia legge.
Pertanto, ammonendoCi la coscienza dell'ufficio apostolico, affinché, in tanto grande insolenza e audacia dei nemici di Dio, difendiamo con grande vigilanza la dignità e il decoro della religione, e salviamo i sacrosanti diritti della chiesa cattolica, Noi, la legge sulla separazione della repubblica portoghese e della chiesa, legge che disprezza Dio e ripudia la professione di fede cattolica; che abroga i patti solennemente concordati fra il Portogallo e la sede apostolica; che opprime la stessa libertà della chiesa e distrugge la sua divina costituzione; che infine colpisce di ingiuria e di offesa la maestà del pontificato romano, l'ordine dei vescovi, il clero e il popolo del Portogallo e allo stesso modo tutti i cattolici che si trovano su tutta la terra, in forza della Nostra autorità apostolica, la disapproviamo, condanniamo, rifiutiamo. Poiché deploriamo fortemente che una simile legge sia promulgata, ratificata, pubblicata, ed eleviamo solenne protesta a tutti coloro che ne furono autori o partecipi, per questo proclamiamo e annunciamo che qualsiasi cosa sia stato stabilito contro i diritti inviolabili della chiesa, è e deve essere ritenuto nullo e senza valore.
Senza dubbio questi difficilissimi tempi nei quali il Portogallo si trova in grande travaglio, dopo che è stata dichiarata guerra alla religione in nome dello stato, Ci procurano una grande preoccupazione e tristezza. Ci rattristiamo soprattutto per un così grande spettacolo di mali che opprimono una popolazione a Noi particolarmente diletta; soffriamo nell'attesa di cose ancora più violente che certamente la sovrastano, se, coloro che detengono il potere, non si dedicheranno in modo ragionevole alla loro funzione. - Ci consola però moltissimo la vostra esimia virtù, venerabili fratelli che guidate la chiesa portoghese, e l'ardore di questo clero così mirabilmente in sintonia con la vostra virtù, e arreca una buona speranza che potranno alfine ivi esserci, con l'aiuto di Dio, cose migliori. Voi tutti infatti, non avete di certo considerato una ragione di sicurezza o comodo, ma di dovere e di dignità, quando avete ripudiato l’iniqua legge della separazione con una indignazione aperta e libera; quando in modo unanime avete professato di volere piuttosto acquistare la libertà del servizio sacro con la perdita dei vostri beni, che procurarvi la schiavitù per un modesto compenso; quando infine negaste che mai per nessuna astuzia o violenza dei nemici la vostra unione con il vescovo di Roma potesse essere scossa. Queste testimonianze illustri di fede, di costanza e di grandezza d'animo che al cospetto della chiesa universale avete dato, sappiate che furono fonte di gioia per tutti i buoni, di onore per voi, di aiuto non piccolo allo stesso travagliato Portogallo. - Per questo continuate, come avete intrapreso, a perseguire con tutte le forze la causa della religione, con la quale è congiunta la salvezza stessa della patria comune; ma soprattutto cercate di conservare attentamente e di confermare il massimo consenso e la concordia voi stessi fra di voi, e il popolo cristiano con voi, e tutti con questa cattedra del beato Pietro. Questo infatti si prefiggono gli autori della legge sciagurata, come abbiamo detto: separare la chiesa portoghese, che depredano e opprimono, non dalla repubblica (come vogliono fare apparire), ma dal vicario di Gesù Cristo. Poiché se a questo progetto e delitto degli uomini voi attivamente cercherete di opporvi e resistere, già per mezzo vostro alle cose del Portogallo cattolico si sarà provveduto in modo adeguato. Noi intanto, per la singolare carità con cui vi amiamo, eleveremo suppliche a Dio onnipotente, perché venga in aiuto del vostro diligente impegno. - Preghiamo poi voi, vescovi del rimanente mondo cattolico, affinché vogliate mostrare la stessa cosa, in un tempo tanto critico del dovere, ai tormentati fratelli del Portogallo.
Auspice dei doni divini e a testimonianza della Nostra benevolenza, a voi tutti, venerabili fratelli, al clero e al vostro popolo, impartiamo con grande amore la benedizione apostolica.
Roma, presso san Pietro, 24 maggio 1911, festa di Maria Nostra Signora, aiuto dei cristiani, anno VIII del Nostro pontificato.

English

IAMDUDUM IN LUSITANIA

ENCYCLICAL OF POPE PIUS X
ON THE LAW OF SEPARATION IN
You are already, We think, well aware, Venerable Brethren, of the incredible series of excesses and crimes which has been enacted in Portugal for the oppression of the Church. For who does not know that, when the Republican form of Government was adopted in that country, there immediately began to be promulgated measures breathing the most implacable hatred of the Catholic religion? We have seen religious communities evicted from their homes, and most of them driven beyond the Portuguese frontiers. We have seen, arising out of an obstinate determination to secularize every civil organization and to leave no trace of religion in the acts of common life, the deletion of the feast days of the Church from the number of public festivals, the abolition of religious oaths, the hasty establishment of the law of divorce and religious instruction banished from the public schools. And then, to pass over in silence other enormities which would take too long to enumerate, the Bishops have been savagely attacked, and two of the most prominent of them, the Bishops of Oporto and Beia, men who are illustrious by the integrity of their lives and by their great services to their country and the Church, have been driven out of their sees and stripped of their honors.
2. Whilst the new rulers of Portugal were affording such numerous and awful examples of the abuse of power, you know with what patience and moderation this Apostolic See has acted towards them. We thought that We ought most carefully to avoid any action that could even have the appearance of hostility to the Republic. For We clung to the hope that its rulers would one day take saner counsels and would at length repair, by some new agreement, the injuries inflicted on the Church. In this, however, We have been altogether disappointed, for they have now crowned their evil work by the promulgation of a vicious and pernicious Decree for the Separation of Church and State. But now the duty imposed upon Us by our Apostolic charge will not allow Us to remain passive and silent when so serious a wound has been inflicted upon the rights and dignity of the Catholic religion. Therefore do We now address you, Venerable Brethren, in this letter and denounce to all Christendom the heinousness of this deed.
3. At the outset, the absurd and monstrous character of the decree of which We speak is plain from the fact that it proclaims and enacts that the Republic shall have no religion, as if men individually and any association or nation did not depend upon Him who is the Maker and Preserver of all things; and then from the fact that it liberates Portugal from the observance of the Catholic religion, that religion, We say, which has ever been that nation's greatest safeguard and glory, and has been professed almost unanimously by its people. So let us take it that it has been their pleasure to sever that close alliance between Church and State, confirmed though it was by the solemn faith of treaties. Once this divorce was effected, it would at least have been logical to pay no further attention to the Church, and to leave her the enjoyment of the common liberty and rights which belong to every citizen and every respectable community of peoples. Quite otherwise, however, have things fallen out. This decree bears indeed the name of Separation, but it enacts in reality the reduction of the Church to utter want by the spoliation of her property, and to servitude to the State by oppression in all that touches her sacred power and spirit.
4. First, so far as property is concerned, the Portuguese Republic severs itself from the Church in such a way that it leaves her nothing at all from which to provide for the decency of the house of God, the maintenance of the clergy and the exercise of the manifold duties of charity and piety. For by the articles of this decree not only is the Church despoiled of all the property, whether real or movable, which she holds by the strongest of titles, but she is deprived of all power of acquiring anything for the future. It is indeed provided that certain civil bodies shall have the care of exercise of religious worship; but it is astounding to see within what narrow limits permission to receive any offerings for this purpose is circumscribed. Moreover, the obligations under which Catholic citizens have been accustomed to assist or maintain their respective parish priests, these the decree abolishes and suppresses, forbidding anything to be henceforth demanded for this purpose. It allows Catholics to provide for the cost of divine worship by voluntary alms, but it requires that a third of the sum so contributed shall be set apart and employed for works of civil assistance. And to crown all, under this new law, the buildings which may be henceforth acquired or erected for the exercise of religion are, after the lapse of a given term of years, to pass from the rightful owners without any compensation and to become public property.
5. But in those matters with which it is the sacred prerogative of the Church to deal, much more seriously injurious is this mockery of Separation, which, as We have said, reduces the Church to shameful servitude.
6. First of all the Hierarchy is set aside as if its existence were unknown. And if men in holy orders are mentioned, it is only that they may be prohibited from having anything to do with the ordering of public worship. This work is entirely handed over to associations of laymen already established or to be established as societies of public assistance according to the regulations of the administrative under the power of the Republic and in no way depending on the authority of the Church. And if from the actions of the associations to which this duty is entrusted disputes arise between clerics and lay people or between lay people alone, the decision is to lie not with the Church but with the Republic, which claims all power over these bodies. Indeed, so completely do the rulers of the Portuguese Republic deny any place to the clergy in the organization of divine worship that they have definitely laid it down and provided that those who exercise the ministry of religion may not be coopted as members of the aforesaid parish associations or be allotted any part in their administration or direction. Than such a provision nothing can be imagined more unjust or more intolerable, for it puts the clergy at the beck of other citizens in the very matters upon which they are the rightful directors.
7. The way in which the Portuguese law binds and fetters the liberty of the Church is scarcely credible, so repugnant is it to the methods of these modern days and to the public proclamation of all liberty. It is decreed under the heaviest penalties that the acts of the Bishops shall on no account be printed and that not even within the walls of the churches shall there be any announcement made to the people except by leave of the Republic. It is, moreover, forbidden to perform any ceremony outside the precincts of the sacred buildings without permission from the Republic, to go round in procession, to wear sacred vestments or even the cassock. Furthermore, it is forbidden to place any sign which savors of the Catholic religion not only on public monuments, but even on private buildings; but there is no prohibition at all against so exposing what is offensive to Catholics. Similarly, it is unlawful to form associations for the fostering of religion and piety; indeed societies of this sort are placed on a level with the criminal associations which are formed for evil purposes. And whilst on the one hand all citizens are allowed to employ their means according to their pleasure, on the other, Catholics are, against all justice and equity, placed under restrictions like these if they wish to bequeath something for prayers for the dead, or the upkeep of divine worship; and such bequests already made are impiously diverted to other purposes in utter violation of the wills and wishes of the testators. In fine, the Republic - and this is harshest and gravest stroke of all - goes so far as to invade the domain of the authority of the Church, and to make provisions on points which, as they concern the constitution of the priesthood, necessarily claim the special care of the Church. We speak of the formation and training of young ecclesiastics. For not only does the Decree compel ecclesiastical students to pursue their scientific and literary studies which precede theology in the public lycees where, by reason of a spirit of hostility to God and the Church, the integrity of their faith plainly is exposed to the greatest peril; but the Republic even interferes in the domestic life and discipline of the Seminaries, and arrogates the right of appointing the professors, of approving of the textbooks and of regulating the sacred studies of the Clerics. Thus are the old decrees of the Regalists revived and enforced; but what was grievous arrogance whilst there was concord between Church and State, is it not now, when the State will have nothing to do with Church, repugnant and full of absurdity? And what is to be said of the fact that this law is positively framed to deprave the morals of the clergy and to provoke them to abandon their superiors? For fixed pensions are assigned to those who have been suspended from their functions by the authority of the Bishops, and benefices are given to those priests who in miserable forgetfulness of their duty shall have dared to contract marriage; and what is still more shameful to record, it extends the same benefits to be shared and enjoyed by any children there may be of such a sacrilegious union.
8. Lastly, it is not enough for the Republic, after having despoiled her of her property, to impose an almost slavish yoke upon the Church of Portugal; it even, on the one hand, strives as far as it can, to tear her from the bosom of Catholic unity and from the arms of the Roman Church, and on the other to prevent the Apostolic See from exercising its solicitude and its authority in the religious affairs of Portugal. Thus, in virtue of this Decree, it is not even lawful to publish, without permission publicly given, the commands of the Roman Pontiff. Similarly, a priest who has gained his degrees in sacred science in a college constituted by Papal authority, even though he has made his theological course in his own country, is not permitted to exercise his sacred functions. What the Republic in all this wants is plain; it is to prevent young clerics, who are desirous of improving themselves and finishing in the higher studies, from coming for this purpose to this City, the head of the Catholic world, where certainly more than anywhere else it is a fact of experience that minds are more imbued with the incorrupted truth of Christian teaching and by sincere piety and faith to the Apostolic See. These, to omit others which are equally pernicious, are the chief points of this wicked Decree.
9. Accordingly, under the admonition of the duty of Our Apostolic office that, in the face of such audacity on the part of the enemies of God, We should most vigilantly protect the dignity and honor of religion and preserve the sacred rights of the Catholic Church, We by our Apostolic authority denounce, condemn, and reject the Law for the Separation of Church and State in the Portuguese Republic. This law despises God and repudiates the Catholic faith; it annuls the treaties solemnly made between Portugal and the Apostolic See, and violates the law of nature and of her property; it oppresses the liberty of the Church, and assails her divine Constitution; it injures and insults the majesty of the Roman Pontificate, the order of Bishops, the Portuguese clergy and people, and so the Catholics of the world. And whilst We strenuously complain that such a law should have been made, sanctioned, and published, We utter a solemn protest against those who have had a part in it as authors or helpers, and, at the same time, We proclaim and denounce as null and void, and to be so regarded, all that the law has enacted against the inviolable rights of the Church.
10. Assuredly, these days of difficulty in which Portugal since the public proclamation of the Republic is so tormented, are to Us a source of great anxiety and sorrow. We are deeply grieved at the sight of so many evils, which are pressing upon a nation so dear to Us; We are torn with anxiety at the apprehension of worse things to come, which certainly threaten it unless the powers that be seriously consider the duty of their position. But in the midst of all this, your eminent virtue, Venerable Brethren, who govern the Church of Portugal, and the earnestness of the clergy which seconds that virtue, are no small consolation to Us, and afford good hope that with God's help things will one day take a turn for the better. For you all recently showed a sense not of security or of well-being, but of your duty and its dignity, when you openly and fearlessly repudiated this iniquitous Law of Separation; when with one voice you proclaimed that you would rather recover the freedom of your ministry, even at the loss of all your property, than suffer servitude for the sake of paltry pensions; when, in fine, you declared that never, either by promises or by force should your enemies be able to sunder you from your allegiance to the Roman Pontiff Those splendid proofs of faith, constancy, and greatness of mind which you have given in the sight of the whole Church - be assured that they have been a source of joy to all good men, as well as a credit to yourselves and a comfort to Portugal herself in her affliction. Wherefore, continue as you have begun, to defend with all your might the cause of religion with which the very welfare of your common fatherland is bound up; but see to it, first and above all else, that you carefully preserve and strengthen the greatest concord and unity between yourselves, then between yourselves and Christian people, and all of you with this See of Blessed Peter. For, as we have said, the purpose of the authors of this wicked law is not, as they would make out, to separate the Church of Portugal, which they despoil and oppress, from the Republic, but from the Vicar of Christ. If you strive to meet and resist such a design on the part of these men and such a crime with all your might, then certainly you will have done well for the good of Catholic Portugal. Meanwhile, We, for the singular love We bear you, shall be suppliants to Almighty God that He may in His goodness favor your zeal and your efforts. And We beg you, Bishops of the rest of the Catholic world, to fulfill the same duty on behalf of your suffering brethren in Portugal in their time of need.
11. As an earnest of divine gifts and a pledge of Our benevolence, We impart from Our heart to you all, Venerable Brethren, and to your clergy and people the Apostolic Benediction.
Given at St. Peter's, Rome, on the 24th day of May, on the feast of Our Lady Mary, the Help of Christians, in the year 1911, and the eighth of Our Pontificate. PIUS X

PORTUGAL
TO OUR VENERABLE BRETHREN, THE PATRIARCHS,
PRIMATES, ARCHBISHOPS, BISHOPS,
AND THE ORDINARIES OF OTHER PLACES
IN PEACE
AND COMMUNION WITH THE APOSTOLIC SEE
Venerable Brethren,
Health and Apostolic Benediction.